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Me gusta el Premio Goncourt. No hay ninguno de los libros ganadores que yo haya leído que no me haya gustado. Desde, por supuesto, El Amante, de la Duras, hasta el Orden del día, de E. Vuillard, pasando por Nos vemos allá arriba, de P. Lemaitre, Canción dulce de L. Slimani o El mapa y el territorio, de M Houellebecq. Todas estas novelas muestran una balanceada relación entre su calidad literaria y su afán por llegar a un amplio público. Para que nos entendamos, si Almudena Grandes publicara en francés, sería una firme candidata a este galardón con cualquiera de sus novelas, best sellers (casi) todos ellos bendecidos por la crítica. Por eso, aunque el asunto de los premios siempre anda un poco en entredicho, cuando se trata del Goncourt tiendo a mirarlo con más cariño. Y con el último, de 2020, La Anomalía, de Hervé Le Tellier, editado en España por Seix Barral, no me equivoqué.

Ya desde la sinopsis, el enganche está asegurado: “El 10 de marzo de 2021 los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente de París aterrizan en Nueva York después de pasar por una terrible tormenta. Ya en tierra, cada uno sigue con su vida. Tres meses más tarde, y contra toda lógica, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y el mismo equipo a bordo, aparece en el cielo de Nueva York. Nadie se explica este increíble fenómeno que va a desatar una crisis política, mediática y científica sin precedentes en la que cada uno de los pasajeros acabará encontrándose cara a cara con una versión distinta de sí mismos.”

Cuidado, debo precisar un aspecto fundamental: no son dobles, no son copias, son el mismo avión y, sobre todo, las mismas doscientas cuarenta y tres personas, las que llegan tres meses después de que ellos mismos llegaran a NYC. Repito, ellos mismos: con sus mismos cuerpos, sus mismas cicatrices, sus mismas experiencias, sus mismos recuerdos… es decir, una anomalía espacio-temporal fuera de toda lógica y muy, muy difícil de entender. ¿O no?

Y aquí radica uno de los grandes (y muchos) aciertos de la novela: el autor da la explicación científica, que no voy a revelar por razones obvias, pero eso no es, ni mucho menos, lo más interesante de la novela. Lo que de verdad nos muestra Le Tellier es la lupa sobre algo más de una decena de esos pasajeros y sus encuentros -o desencuentros- con sus otros yoes. Esto es lo que, a mi entender, hace la buena ciencia-ficción: más allá de las utopías, las distopías, los viajes interplanetarios o subatómicos, lo que yo quiero saber es cómo esas imaginarias (aunque posibles) otras realidades, ya sean paralelas o perpendiculares, afectan a las personas que viven y discurren por ellas.

Por mencionar sólo uno de esos protagonistas, a modo de anécdota representativa, imagínense el shock del piloto del avión al descubrir que su alter ego, el que aterrizó tres meses antes, está en ese momento en el hospital, muriéndose de un devastador y violento cáncer de páncreas. Imagínense el shock de su mujer al reencontrarse con su marido moribundo, esta vez vivo y coleando, aunque con la incertidumbre de si esa segunda oportunidad que le está ofreciendo la vida, la anomalía, no va a ser sino, de nuevo, una inmersión en otros tres meses de hospital, de dolor, de amargura y de pérdida.

He de decir también que, aunque se trata de una novela coral, no he echado de menos en ningún momento la presencia de un protagonista central, de un eje sobre el que pivote la trama, como habría sido, quizás, la opción más lógica. Creo que el hecho de que el autor sea, además de escritor, matemático, es lo que subyace detrás de esta decisión.

Para mí, que, aunque licenciado en Empresariales, me considero más de letras y que siempre las matemáticas se me han puesto cuesta arriba, me causan auténtica admiración cosas como que el autor, Hervé Le Tellier, pertenezca desde 1992 al OuLiPO (acrónimo en francés de Taller de Literatura Potencial), un grupo de experimentación literaria formado por escritores y matemáticos.

Como decía, quizás por eso no hay protagonistas claros. Le Tellier ha estructurado la obra como un rompecabezas en el que todas las piezas tienen la misma importancia, en el que ninguna sobra. Te podrán interesar más o menos la vida de uno u otro personaje, pero todas te ofrecen el mismo desasosiego, esas ganas por responder a la famosa pregunta narrativa “¿Qué pasaría si…? Eso sí, un personaje, como el piloto, te llevará a un drama familiar, otro te mostrará una intensa y truculenta historia de corte negro-criminal, otro un conflicto de corte político e institucional, otro descubrirá unos abominables abusos, otro te contará una historia de amor y desamor, etc. etc. etc. Por cierto, no me extrañaría que de aquí saliera un producto audiovisual. Una película, por supuesto, y una serie, sobre todo. Esta estructura polifónica me ha recordado mucho a Perdidos. La mítica serie, además de engatusarnos y embaucarnos con la misteriosa isla, nos maravillaba y nos atrapaba con los flashbacks y los flashforwards de un grupo de personajes elegidos entre los tripulantes y los pasajeros, cuyas historias protagonizaban los distintos capítulos.

Dejo para el final el final de la novela. Tan cerrado y tan abierto a la vez, tan logrado y tan redondo, que se me hace difícil imaginar cualquier otro. Pero, claro, yo no soy Hervé Le Tellier, aunque, ya puestos a fabular, a lo mejor, en un espacio-tiempo alternativo, sí que lo soy. ¡Ojalá!

Fernando Repiso

 

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