Es habitual escuchar eso de que una imagen vale más que mil palabras. Y es verdad, porque en un fogonazo te permite comprender cosas para las que podrías necesitar mucho tiempo, mucha lectura y, aún así, igual no comprenderías nunca. Quienes seguimos a Kalvellido y tenemos la suerte de disfrutar de sus dibujos podríamos firmar, sin atisbo de duda, que estamos ante un cronista a color de la actualidad, con sus luces y sus sombras, con su cara fea y su cara brillante.
Pero Tania consigue con sus textos que las imágenes nos broten fácilmente incluso antes de verlas. Es el diario del dolor que trajo el coronavirus: un dolor nuevo envuelto en recortes viejos.
No por casualidad empieza su Cuaderno de Bitákora hablando de la necesidad de intervenir el sector público recuperar todo aquello que se nos robó mientras explica la necesidad de suplir con ingenio e iniciativa años de precariedad material y personal acumulada.
                                                                                         

A lo largo de este diario de campaña contra el coronavirus podremos conocer el día a día de un hospital en plena crisis, en los momentos más duros de la pandemia, pero también saber qué trajo hasta aquí, por qué eran necesarios los triajes o qué nos llevó a la situación en las residencias de mayores. También saber que las trabajadoras, todas, por muy invisibles que sean o por muy escondidas que se encuentren en el segundo sótano del hospital, son imprescindibles. Spiriman, no, de ese podemos prescindir.
Y nos haremos preguntas… ¿para qué sirve la Corona? ¿Por qué no luchamos por la salud del planeta? ¿Qué haremos cuando volvamos a la normalidad (si es que hay algo deseable a lo que podamos llamar normalidad)? ¿Cómo lucharemos contra este sistema que nos trae tanta desesperación y tanta muerte?
La historia infame de las privatizaciones de nuestro país planea sin cesar. Es un libro descarnadamente político en que brotan, como los excelentes dibujos de Kalvellido, ejemplos de los robos y el sabotaje social al que nos han sometido siempre los poderes. No faltarán referencias a personajes como Trump, Albert Rivera o Esperanza Aguirre. Sí, desagradable, pero necesario para señalar a quienes, con sus decisiones, han hecho que la situación sea mucho más complicada de lo que ya de partida era.
Pero también nos habla de otra política. La política que hace una auxiliar ante el coronavirus cada día denunciando en su puesto de trabajo las catástrofes del capitalismo. La política de una auxiliar de enfermería que también es concejala de IU- PCE en Fuenlabrada y que no deja de denunciar, y proponer, y vuelta a denunciar, y salir a la calle con la clase trabajadora a cambiar el mundo de base porque los nada de hoy todo han de ser.

Y curarlos. Y curarlas. Y entregarles todo el afecto y la esperanza que tiene dentro.
Es un libro profundamente político y no (solo) porque hable de política con mayúsculas. Sino porque habla de la política del día a día, de sus sentimientos, de sus frustraciones, pero, también, de la esperanza que da saber que tenemos un mundo nuevo en nuestros corazones. La política de a poquito que sueña a lo grande. Tan grande como construir a golpe de hoz y martillo la Revolución. Tan enorme como luchar día a día por mantener el ánimo sabiendo que todas tenemos derecho al desaliento.
Tan gigante como el amor que mantiene en pie sabiendo que, más pronto que tarde, se abrirán las avenidas donde pasearán de la mano los autores.
Tania y Kalvellido, y viceversa, nos traen un pedazo de su corazón en sus puños junto a historias de EPIs que faltan, de UCIs colapsadas y de sueños que se ahogan esperando un respirados. Junto a Josefina Samper, Marcelina Camacho, Susana López y Julio Anguita.
No se lo pierdan, léanlo. Y si aceptan un consejo, sigan el de Kalvellido y háganlo poco a poco, como si fueran ustedes mismos quienes están dentro de un EPI sofocante gritando: ¡Venceremos!

De sus autores podemos decir muchísimas cosas, pero me quedo con la definición que, en el prólogo, hizo de ellos Nicolás Martínez Cerezo: Tania Pasca Parrilla y Juan Kalvellido son dos seres de cercanías.

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