¿Les gusta el cine?

¿Han visto “Amores Perros”(2000), “21 gramos”(2003) o”Babel” (2006)?

Si la respuesta es Sí, saben quién es Guillermo Arriaga.

Arriaga es guionista de esas y otras películas menos conocidas en España, pero que no dejan indiferente a quien las ve, además de director de otras y de cortometrajes de más difusión en su México natal y América Latina, en general.

Arriaga es, ante todo, un narrador casi obsesionado, se podría decir, con los argumentos entrecruzados; quizás se pudiera deducir que es un ser humano especialmente tocado por la complejidad de las vidas cruzadas y los nexos vitales de las personas, más bien. Así lo demuestran sus tres guiones mencionados anteriormente, en especial los de Amores Perros y Babel. Y Salvar el fuego es toda ella una oda magistral a esta manera de narrar historias.

El argumento en el esqueleto de “Salvar el fuego” (Premio Alfaguara 2020) es muy básico, tanto que podría tomarse como fondo para cualquier telenovela de sobremesa: Una mujer casada con tres hijos, una vida bastante cómoda, adinerada, profesional liberal, empresaria y artista, que desarrolla su existencia entre los algodones y placeres de la alta sociedad burguesa mexicana se ve azarosamente involucrada emocionalmente con un portentoso y casi totémico presidiario, parricida y asesino múltiple, cuya existencia ha ido trascurriendo entre los sórdidos rincones del lumpen de distintos enclaves de México.

Lo que sucede es que en ese choque frontal de trenes en direcciones opuestas no solo colisionan Marina y José Cuauhtémoc, sino que lo hacen también dos o cien mundos, varios ríos de culturas, casi decenas de conceptos de la vida y la realidad, mil prismas de la existencia humana, varios lenguajes y las emociones de un par de universos que, hasta ahora paralelos, confluyen en un tambor en centrifugado que destruye certezas y derriba calmas.

Dos cosas que destacar, cada una en un sentido:

La distribución de los capítulos jugando con la linealidad y los saltos temporales en combinación con la caracterización a través de los discursos totalmente particulares y diferenciados creados para cada uno de los y la protagonista de la novela son de una magistralidad apabullante. Es la gran joya de esta novela, a mi entender, junto con el cuadro dibujado con igual dosis de dolor que de identificación, de dos Méxicos irreconciliables y totalmente desconocidos entre sí que ya ni siquiera conviven en el mismo país sino que parecen yuxtaponerse en el territorio como dos realidades paralelas en el eje espacio-tiempo.

La construcción de la relación entre ambos protagonistas y las descripciones de los escasísimos personajes femeninos están claramente a cargo de un hombre con, sin lugar a dudas en este caso, porque así se respira y se siente casi como un personaje más, una visión bastante simplista, en casi todos los momentos bastante machista y en ocasiones incluso con tintes misóginos que crea un personaje masculino en clave de semidios con todas las características del eterno masculino-macho al que, a modo de fuerza telúrica, nadie, cuanto menos una simple y dulce mujer criada entre los algodones de un mundo almibarado, puede resistirse, mucho menos enfrentarse.

 

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