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LA LLUVIA AMARILLA, JULIO LLAMAZARES

Que el mundo rural hace unos años que viene pisando fuerte es una obviedad: la revuelta de la España Vaciada, la irrupción de Teruel Existe en el Congreso, los movimientos culturales cada vez más fuertes y alzando la voz para decir que la cultura rural existe y que es mucho más que el cliché manido de los bailes tradicionales pero que es también precisamente eso y a mucha honra, las movilizaciones para que no cierren escuelas rurales….y, por suerte o por desgracia, la omnipresente pandemia, que ha puesto en el foco la importancia de nuestro sector primario: sin campo no comemos.
Decía que hace años el rural ha saltado a la palestra. Lejos del desprecio con que se miraba desde una malentendida ilustración, recientemente numerosas editoriales han dado voz a maravillosas autoras y autores que han reivindicado sus raíces y su necesidad de ser formando parte de sus pueblos y su tierra. Todas ellas, todos ellos, muy recomendables.
Pero estos días, gracias a una acertada combinación de visita a la Cuesta de Moyano donde encontré dos obras de Julio Llamazares y que el otoño empieza a asomar, he rescatado “La lluvia amarilla”. Escrita en 1988, todavía mantiene ese sabor de la literatura del éxodo rural de la España de 1950: sin esperanza, sin ganas ni capacidad de lucha por mantener vivo el pueblo donde siempre se había vivido, con el miedo y el hambre acompañando cada día de sus vidas.
“La lluvia amarilla” es la historia en voz propia de los pensamientos del último habitante de un Ainielle, en el Pirineo Aragonés. Basada en la historia real de Sarnago, un pueblo deshabitado en las Tierras Altas de Soria, abandonado tras una marcha forzosa de sus vecinos por una expropiación forestal, el autor nos introduce en el monólogo interior de Andrés y, con él, sufrimos las últimas horas en soledad.
Los recuerdos amargos de los últimos años, las despedidas de quienes iban marchándose antes que él, el frío, el miedo, la sensación de irrealidad…la cordura salpicada de locura de los primeros momentos, la locura salpicada de momentos de lucidez de los últimos días. La lucidez y la paz de saber que ya no se puede esperar nada. Y como hilo conductor de todo, la lluvia amarilla. Magistral metáfora del olvido, del paso del tiempo y de los recuerdos que borran sus colores y su brillantez con el discurrir lento de los días y los años.
No es un libro para llevarse a la playa, mientras se disfruta de unos días de descanso. Hay que beberlo en las tardes de otoño, con el espíritu dispuesto a recibir una tonelada de melancolía. Porque esa es la grandeza de la obra: no espera nada, no lucha por nada, no se inquieta por nada. Es el lento discurrir de la vida.
Mención especial merece la figura de la perra que acompaña a Andrés a lo largo de toda la obra, alivio de la soledad del protagonista y, a momentos, casi única razón para seguir adelante. Alejado, eso sí, de cualquier parecido a una mascota: es una compañera de faenas, la única compañera de vida que le queda, pero las muestras de cariño son extremadamente limitadas. Tampoco hay referencias al amor cuando recuerda a su compañera, los hijos, los vecinos.
Hay dolor, trabajo y orgullo. Reflejo de la dureza brutal de un hombre solo enfrentándose a la España que vaciaban las políticas de la Dictadura y que se muestran en blanco, negro y amarillo. La eterna lluvia amarilla que nos cala por dentro.
Quizá leyendo esta reseña piensen que es un libro triste. Es posible, pero es que las buenas historias (y esta, sin duda, lo es) son como los buenos recuerdos y, allá donde los toques, duelen.
No dejen de leerlo para entender, también, el presente de la cultura en el rural y la rebeldía de quienes ahora luchan por permanecer en sus pueblos y demostrar que ya no necesitan que se escriba por ellos porque tienen voz propia. Una voz largo tiempo callada, pero que ya no aguanta más silencio.

Julio Llamazares nació en 1955 el desaparecido pueblo leonés de Vegamián, donde su padre, trabajaba como maestro nacional poco antes de que la localidad quedase inundada por el embalse del Porma, como ocurrió en tantos otros pueblos. A pesar de estudiar Derecho, se decantó finalmente por el periodismo y la escritura. Arranca su carrera literaria en 1985 con la publicación de “Luna de Lobos” y, a continuación, llega “La lluvia amarilla”. A partir de ahí, muchas más obras, literatura de viajes, ensayos, artículos de opinión, poesía e incluso guiones de cine.
Y, ¿saben? Julio Llamazares siempre vuelve a Ainielle. En estos 32 años que hace desde “La lluvia amarilla” habrá ido unas 20 veces, según cuenta en alguna entrevista reciente. Será porque, como decía Lobo Antunes, la literatura es la memoria fermentada. Y Llamazares es una de las mejores voces de la memoria de nuestra tierra.

 

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