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Comenzaré diciendo que esta novela es muy visual, muy cinematográfica y en mis palabras lo irán viendo.

Un deseo anhelado por todos, atreverse a buscar la felicidad sin mirar lo que dejamos atrás, a lo lejos.

Con esto te topas nada más abrir esta novela.

 Pero claro está, ese deseo tiene mucho de sueño y en ocasiones es conscientemente no convertido en realidad, y el lejos del que hablamos es un lejos más cercano del que aparentamos creer y que en el fondo sabemos, es y el verbo dejar nunca alcanza su forma de perfecto.

En esta suerte de fina línea entre lo ideal, o supuestamente ideal, y lo real, se nos presenta Pablo, uno de los protagonistas y uno de los principales jugadores de este juego que es la vida. La primera imagen que tenemos de él, nuestro Pablo, es decidida. Lo vemos comprando un piso en el último rincón del mundo y no un piso cualquiera, un piso viejo, descuidado y que tan solo, y esto es importante, vio por fuera, horas antes, desde un tren, valga la metáfora tan bien traída por la autora de la novela, desde el tren de la vida, de su vida y de la que dibujamos de los demás, desde el tren de la búsqueda de la añorada buena suerte.

Porque si algo vamos descubriendo hoja tras hoja, párrafo tras párrafo, es que en Pablo la suerte ha estado ligada, aun disfrazándose de traje y costumbres de lujo, al adjetivo mala. Adjetivación quizás elegida, dictamínenlo ustedes mismos.

El otro gran personaje, para muchos el gran personaje, es Raluca.

 Raluca, cuya mirada nunca se centra en las caídas que los obstáculos que encontró en su camino provocaron ni en los propios obstáculos en sí. Raluca es el horizonte que sabemos trae un nuevo día con una suerte nueva y sin formar y ella es la buena suerte de los que le rodean y saben observarla y acompañarla. La buena suerte de Felipe y la suya propia, la suerte buscada. Porque si algo es Raluca es una buscadora nata y de tesoros, pero de los tesoros que a veces, muchas veces, no relumbran.

Otro personaje que está presente sin estarlo físicamente es Clara. Clara fue la mujer de Pablo y falleció trágicamente. Ella es el recordatorio para Pablo de que errores no se deben volver a cometer, aunque a veces sea también la causa a la que agarrarse para permanecer quieto y para no encontrar la felicidad, aunque te pase por delante o para ni tan siquiera buscarla.

Su error principal, el que sobrevuela cada minuto de su vida, es su hijo o más bien el hecho de que su hijo sea lo contrario a lo que el querría, una persona buena. La culpa, su responsabilidad por el destino de éste.

Y por último está Felipe, el que todo lo ve, el brazo en el que parece que te puedes apoyar, el oído que siempre te va a escuchar, al menos cuando él lo decide. En Felipe eso es importante, su capacidad para decidir o eso parece.

Todos juntos conforman una suerte de familia, en este caso tan solo familia, no diría ni buena ni mala, familia a secas.

A destacar es la capacidad de Rosa Montero para la identificación del lector con los personajes, como siempre hace, desde dentro, desde la esencia desnuda a la que se le va vistiendo poco a poco aún por muy brusca que aparente ser la forma de los acontecimientos.

Si tuviéramos que definir el género de esta novela, os seré sincero, no sabría hacerlo. Contiene intrigas, enseñanzas, temas de novela social….

Es una novela en la que al adentrarte te adentras en ti mismo, es un espejo sin formas que importen, pues algunas duelen, cortan, y otras abrigan.

Una novela de la que aprender la importancia de forjarte y de forjar tu suerte.

Una novela que no juzga y que invita a no hacerlo, como hace su centro de órbita, Raluca.

De nuevo Rosa Montero, de nuevo sabe sacar desde dentro a la humanidad y de nuevo lo hace sencillo.

      

 

                                                                

 

 

                                                                                             Raúl Febrer Torres.

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