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Se toma como Edad de Oro del cante el final del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando, al calor de los cafés cantantes, el flamenco empieza a popularizarse y a encontrar su sitio entre la música popular andaluza. En esa época se sitúan dos de los grandes cantaores de todos los tiempos, de los cuales no han quedado registros sonoros, nada más que se pueden escuchar sus creaciones a través de todos los que posteriormente siguieron su estilo[1]. Uno de ellos vivió de los cafés cantantes, incluso regentaba uno en la calle Rosario de Sevilla, Silverio Franconetti, creador de la escuela sevillana del cante. El otro actúo esporádicamente en cafés cantantes de su Cádiz natal, ya que se ganaba la vida como matarife en el matadero de dicha ciudad y como puntillero, Francisco Antonio Enrique Jiménez Fernández, más conocido como Enrique el Mellizo, padre del cante gaditano, “pórtico del cante contemporáneo”, como lo llamó Ricardo Molina.

            Nace, como hemos comentado en Cádiz, en el año 1848, en el popular barrio de Santa María. Su apodo parece venirle de su familia, aunque no está claro de qué. Unos apuestan por que  su padre utilizaba este apodo cuando trabajaba en el matadero municipal y otros por que su padre tenía un hermano mellizo, y de ahí le quedo el apodo a la familia, cosa muy usual en el flamenco y en el mundo gitano.

            Su carácter era más bien tendente a la depresión, la soledad y el ensimismamiento. Se cuenta que cuando caía en uno de estos periodos depresivos, el Mellizo se daba largos paseos en solitario y solía ir al hospital psiquiátrico de Capuchinos a cantarle letras a los locos, o incluso se iba a cantarle al agua. También era habitual en él meterse en alguna iglesia o en la catedral de Cádiz para escuchar el órgano o los cantos litúrgicos (especialmente el canto gregoriano), cosa que luego aplicaría a sus creaciones.

            Parece ser que la influencia que tuvo y la admiración que despertó en los dos cantaores que  marcarían la siguiente generación del flamenco fue importante. De hecho, se afirma que fue el descubridor del gran Antonio Chacón cuando este contaba con 17 años. Es probable que en una fiesta dada por el torero Manuel Hermosilla, del cual el Mellizo era el puntillero, en Jerez en 1886 sea donde Enrique se estremece con el cante de Chacón, llegando a promocionarlo para que cantase en la Velada de los Ángeles, en lo que es hoy el Parque Genovés de la Tacita de Plata.

            El otro cantaor reseñado es Manuel Torre, el cantaor jerezano que tanta relación tuvo con la generación del 27. Según cuenta Félix Grande en su libro Memoria del flamenco, “Alguien recuerda que una noche de fin de siglo, el entonces adolescente Manuel Torre, escuchando cantar a Enrique el Mellizo se conmovió hasta el punto de que «llorando, se quería tirar por la ventana»”. El flamenco a raíz del sello que marcaron estos dos cantaores se dividiría en dos grandes escuelas, principalmente: los cantaores que seguían a Chacón (o escuela chaconiana) y los que seguían a Torre (escuela torrera).

            La importancia de El Mellizo en el cante es muy grande. Como padre del cante gaditano dejó una herencia muy amplia dentro del cante y fue, ha sido y es referencia para los cantaores que surgen de la antigua Gades o que gustan de estos cantes. Estos cantes gaditanos, si tuviéramos que compárarlos con los de Jerez y Sevilla, se puede decir que son más cortos, más valientes, y sobre todo más rítmicos y armoniosos. El Mellizo transforma y ordena sonidos, haciendo de puerta imprescindible entre sones arcaicos y populares. De este modo, parece que este cantaor dio origen a la saeta actual, aflamencando un canto litúrgico popular, siendo luego evolucionados por Manuel Centeno, Antonio Chacón, la Niña de los Peines o Manuel Torre, entre otros, hasta la saeta tal como la conocemos hoy.

            Otra aportación es la soleá de Cádiz o soleá de El Mellizo. En ella se observa que la estructura melódica que utiliza El Mellizo no tiene nada que ver con ninguna de los otras variantes de la soleá que hay (que sí suelen parecerse en algo entre sí), es una soleá muy propia y diferente, corta y valiente. En esta soleá dejaría después mucha huella Manolo Caracol, creando el canon actual de la soleá de Cádiz, interpretándola así hoy día cantaores gaditanos más contemporáneos como Chano Lobato.

            También ha sido importante este cantaor para la configuración de los tientos, de la seguiriya de Cádiz o para las alegrías, pero una de las creaciones de El Mellizo más relevante ha sido la malagueña. Es quizá la variante de este palo que más dificultad musical tiene. La teoría que se considera hoy más plausible sobre su origen es la que apunta a que la desarrolló a partir del canto gregoriano, que tanto gustaba de escuchar en las iglesias y en la catedral de Cádiz. Eso la hace personalísima. Es tan importante este palo en la trayectoria del maestro gaditano que Félix Grande nos cuenta este suceso del final de sus días: “Cuenta su tocaor que una horas antes de su muerte pidió una entrada de guitarra e improvisó una malagueña decisiva, desnuda:

 

Ni la esperiencia ni el tiempo

a mí me sirven de .

Undebé a mí me tenía

sujeto a su voluntá.”

 

            Enrique el Mellizo falleció de tuberculosis pulmonar en 1906.

 

 

[1]. Como de Enrique el Mellizo no ha quedado registro sonoro, como hemos comentado, lo mejor para seguir su aportación al cante es escuchar a cantaores como Aurelio Sellés, Pericón de Cádiz, Rancapino, Manolo Caracol y a través de él Chano Lobato, o a un cantaor gaditano más actual y último pregonero del carnaval de Cádiz, David Palomar.

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