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En 1933, Federico García Lorca dictó en Buenos Aires (y posteriormente en La Habana) una conferencia titulada “El teatro y la teoría del duende”. En ella, Lorca intenta explicar qué es lo que él entiende por el “duende”, palabra tan flamenca, en el arte, y lo asimila al mundo del cante y el baile. Lorca no fue un teórico del flamenco, ni un estudioso de esta música, pero sí trató siempre de sentirla y consiguió dar explicaciones sobre ella a raíz de lo que sentía al escucharla. Por ello, su mayor empeño con respecto al flamenco fue explicar qué era eso que lo hacía diferente, y qué era lo que hacía diferente a un cantaor de otro a la hora de expresarse: ¿qué era el duende?.
Para ello, utiliza algunas citas de escritores cultos (“Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica”, de Goethe, cuando hablaba de Paganini) o de cantaores flamencos (“Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”, dijo Manuel Torre al escuchar el Nocturno del Generalife de Manuel de Falla). Pero quizá donde se acerque más a clarificar qué es el duende sea en algunos de los ejemplos que pone. Cuenta don Federico que estaba un día la gran Niña de los Peines cantando en una taberna de Cádiz, rodeada de grandes entendidos del cante. Al parecer la gran cantaora estaba interpretando los cantes con las mayor de las técnicas, con total perfección, pero al terminar, todo su auditorio se quedó en silencio y no dijeron absolutamente nada. Entonces, según narra Lorca pasó lo siguiente: “un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: «¡Viva París!», como diciendo. «Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa”. A continuación, la Niña de los Peines, sigue contando el escritor granadino, se tomó una copa de cazalla “como fuego”, tuvo que “alejar de su musa” y dar paso al duende, a que “su voz fuera un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad”.
En la última Bienal de flamenco de Sevilla, fue otro granadino, Pedro, el que me trajo ese duende del que hablaba Lorca. En el flamenco se puede asistir a un recital de algún cantaor o cantaora que interprete de forma perfecta desde la forma de la técnica y sentirte sin el mayor sobrecogimiento o recuerdo de él. Puedes asistir a otro que no ha sido en su mayor parte de gran calidad, pero en un determinado momento, surgió el duende, llegó el pellizco, ese que todo flamenco busca, y solo con ese momento tienes el recuerdo de ese recital para toda la vida y sales de él sobrecogido. Con Pedro el Granaíno suele pasarme eso, siempre que he ido a escucharlo ha surgido el duende, tal cómo intentó explicarlo Don Federico. Las malagueñas que interpretó el pasado 21 de septiembre tuvieron ese pellizco, esa autenticidad y esos “sonidos negros” de los que hablaba Manuel Torre que hacen que uno se vaya con ese estremecimiento que persigue el flamenco. Ya sea con los cantes aprendidos del gran Antonio Fernández Díaz “Fosforito”, de Antonio Núñez el Chocolate o de Enrique Morente (principales cantaores que dan nombre a este espectáculo, “Maestros”), en muchos momentos Pedro es capaz de conectar con la teoría lorquiana y hacer que el duende se haga presente. Una buena muestra creo que es el momento en que el recital parece que ya terminaba y nos dejó esta saeta a Nuestro Padre Jesús de la Salud de la hermandad de Los Gitanos de Sevilla: https://twitter.com/laBienal/status/1308427780519071745.
Pero si termino aquí esta reseña lo vería injusto. Vería injusto no nombrar al tocaor Antonio de Patrocinio Hijo. Su acompañamiento es absolutamente esencial en el cante del Granaíno, forman un todo entre los dos, y su guitarra respira verdad y sangre, acorde con el cantaor al que acompaña. Vaya también para él mi agradecimiento por el recital que dio.

Al hilo de este artículo, me gustaría recomendar el libro del poeta Félix Grande García Lorca y el flamenco, editado por Mondadori en 1992. En él, Grande explica muy bien la relación del poeta granadino con esta música y cómo le va buscando siempre la esencia y el sentir por encima de la teoría.

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