Acercarse a los pueblos inuits, a una forma de vivir, de estar, completamente diferente a la nuestra, con la mente despierta. Dejarse helar de frío ártico para conectar con el calor de la naturaleza que nos rodea, la que nos da la vida.

 

Esto es traspasar la portada de De piedra y hueso. Con esta frase bastaría si fuéramos otros, si nos quitáramos el disfraz de occidentales, los complementos (que tanto nos adornan) de prejuicios hacía lo diferente, desde la torre de marfil en cuya puerta ponemos en nombre de neón “mundo civilizado”, dejando fuera de ese contexto, por contraste, todo lo que está mas allá del muro que nosotros mismos construimos.

 

Cada una de sus páginas es un suspiro hondo que espera al siguiente, paciente y a la vez impaciente, sereno y a la vez ahogado. Escrita desde la vivencia y el latido del que observa sin juzgar, nos muestra un mundo hostil y natural con todas y cada una de sus letras.

 

Uqsuralik, su protagonista, una niña que vive con su familia plácidamente, es sorprendida, en mitad de la noche, por la ruptura del suelo helado que acaba separándole de ese cordón fraterno, física y mentalmente. En minutos, su familia desaparece, dejándola en la oscuridad, obligándola a ser sin más remedio, la autora de su vida, de su destino.

Uqsuralik vive y sobrevive a cada una de las piedras que encuentra aferrándose a las tradiciones de su pueblo y a la vez gritando contra lo que no concibe aceptable.

Esta novela, por otra parte, como muchas, describe con exacerbada pulcritud, como el blanco que todo lo llena, el viaje del héroe.

Me paro aquí a destacar ese blanco que encoge las entrañas y a la vez libera de conceptos y de caminos aprendidos.

 

Conceptos como el de comunidad, tan denostado en nuestro quehacer urbanita, como un principio para avanzar, en la novela se van encajando y desencajando las piezas de ese puzle, pues algunas fueron unidas a presión, por la fuerza. En cambio, otras encajan solas, sin esfuerzo.

O una ancestral conciencia y sabiduría ecológica, como forma combativa contra el cambio climático.

Todo ese coctel hace de esta una novela una novela diferente, difícil de clasificar incluso, en lo que a género se refiere.

 

Como decía anteriormente aún no hemos acabado un primer suspiro cuando un segundo nos atrapa y nos deja sin aliento.

 

La religión chamánica atraviesa toda la novela trazando o borrando en ocasiones la fina línea entre vivos y espíritus. Línea que también desdibuja el horizonte del paisaje, personaje principal, y de nuestra protagonista.

Como parte de esa religión, e insertadas para no perdernos, están las canciones chamánicas en forma de oración, que marcan el momento de la novela en el que nos encontramos y cual grabadora lo deja grabado en nuestra memoria y la del pueblo o los pueblos inuits invitándonos a no cometer los mismos errores del pasado.

 

El paisaje como personaje, como hilo, imposible de quitar de la vista y de desligar de los pasos que da nuestra protagonista.

 

La capacidad de su autora para su descripción es hasta sobrecogedora y magistral.

 

Y su belleza, la belleza de ese paisaje que es el frío, el frío destino de Uqsuralik que debe afianzar cada paso que da eligiéndolo con exactitud milimétrica para no morir, muchas veces literalmente, en el intento.

 

Es una novela que te atrapa mientras te va congelando la sonrisa provocada por su belleza dura y cruel, y por ese frío del que te hablo.

Algo a destacar también es el lenguaje, un lenguaje cuidado, lleno de palabras que te llaman a buscar, a interesarte por el lenguaje de los pueblos inuits.

 

La novela es una invitación a pararse a pensar de dónde venimos y a donde vamos. Que no podemos seguir en una destrucción sin límites de cuanto nos rodea y que debemos pensar que no aparecimos como civilización, por magia, en mitad de una ciudad llena de edificios. Que sin zonas verdes y espacios en los que construir comunidad, no podemos avanzar.

 

Su autora teje cada palabra para construir este cosmos deliciosamente imprescindible para el mundo que hoy nos rodea. Es claramente su propia apuesta de vida.

 

 

 

 

 

Bérengére cournut nació en 1979. Editora y escritora, sus historias se engarzan en una mirada ecofe­minista que, a través de personajes femeninos fuertes y lúcidos, propone una recuperación de la ancestral sabi­duría ecológica de los pueblos nativos. En este sentido, Cournut em­plea la literatura como búsqueda de una visión alterna­tiva del mundo, donde la vida se funde con la muerte y la realidad material con la espiritual. En 2017, con Nacida en Orabi (próxima publicación en Errata naturae en 2022) recorrió la árida meseta de Arizona para explorar las for­mas de vida de la tribu hopi y recuperar así la belleza y el conocimiento de su sagrada y respetuosa relación con la tierra. Dos años después escribió De piedra y hueso, cuya historia se sitúa de nuevo en el fructífero linde que une ecología y espiritualidad, y en la que nos narra el viaje iniciático de una joven inuit. Para escribir esta novela, por la que fue galardonada con el prestigioso Premio Fnac, obtuvo la afamada Residencia Anual de Escritura del Museo Nacional de Historia Natural de Francia. Otros de sus libros más destacados son L’Écorcobaliseur (2008), Nanoushkaïa (2009) o Wendy Ratherfight (2013).

Y por último resaltar el mimo de la edición de papel de la editorial, https://erratanaturae.com/ .

 

51 Responses

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *