Espido Freire, que saltó al universo literario en 1999 con sus “Melocotones Helados”, llevaba, como tantas escritoras, años coleccionando pequeñas libretas, trocitos de papel y hasta servilletas imagino, donde iba escribiendo todo aquello que la asaltaba en la cotidianidad y que la catapultaba a esas epifanías literarias que se viven más a menudo de lo pudiera parecer.

En sus propias palabras en la contraportada de la edición que hizo en 2003 Punto de Lectura, “comenzaba el verano 1997 cuando un centenar de ideas malvadas, 99 ramalazos breves, cristalizaron en cuentos de apenas unas líneas. Los temas se escurrían, viscosos y huidizos, y reptaban sobre el papel, el agua, engañosa y empapada de silencio, las voces insistentes que resuenan en cerebros perdidos, los cuentos de hadas, crueles por definición, los laberintos metales en los que perderse, unos ángeles privados de alas y de espíritu, mariposas leves y arañas pacientes, espejos en los que ahogarse. Abro ahora la caja de estos cuentos para que escapen y muerdan y arañen. Y antes de que tras ellos vuele también la esperanza, cierro la caja y las palabras”

Y efectivamente así, como caja de Pandora que al ser abierta desata los males inconfesables de la humanidad, Cuentos Malvados estalla ante la lectora y el lector como una cabalgata de inquietantes pensamientos confesados sobre diván de psiquiatra o en celda de internamiento y que se pasean provocadores y exultantes delante nuestra en obscena exhibición.

Divididos en 7 apartados bajo los nombres de “El Agua”, “Ángeles”, “Las voces”, “Arañas y mariposas”, “El espejo”, “Los cuentos” y “Dentro del laberinto”, la autora hace un ejercicio de rescatar pensamientos y sentimientos amasados en una mente infantil nutrida de cuentos de hadas, supersticiones, terrores nocturnos, miedos, leyendas y flashes de películas no autorizadas vistas a escondidas y a pedazos que nos asoman como a espejo, a ese mundo inconfesado en el que nosotras mismas hemos tejido nuestras voces, creencias, maldades y deseos medio oscuros. 

Y nos deja indagar en ese regusto placentero, a la vez que repulsivo en ocasiones, donde los adultos y adultas que hoy somos hemos instalado, o más bien ocultado, las morbosas e inquietantes percepciones que quizás nunca nos habíamos contado. 

Un descubrimiento tan incómodo a veces como valiente y siempre interesante.

 

Gertru Vargas

 

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