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Abrir las páginas de esta novela es abrir las páginas de tu propia vida. Esto que parece tan grandilocuente, tan tópico, empezamos a descubrirlo en la primera página:

” Una mañana de mediados de Septiembre mi madre me telefoneó para avisarme de que al cabo de unos días comenzarían las obras en el tejado de nuestra casa”.

Con esta frase podríamos desentrañar toda la novela.

Es en Septiembre, a mediados, cuando para muchos el año real se inaugura. Cuando todas las esperanzas, los nuevos proyectos, parece que van a dar el pistoletazo de salida en una carrera de fondo de la que en multitud de ocasiones no conocemos ni la distancia a la meta y las características del terreno. Septiembre, el mes en que volvemos a ponernos las gafas del ser productivo que la sociedad demanda.

Es una llamada de su madre. Casi siempre, las madres son las que llaman, aunque el hecho físico de llamar lo acabemos haciendo nosotros. Las madres se pasan toda la vida llamándonos. Nos llaman a ser hijos de los que sentirse orgullosos. Nos llaman a aportar en la sociedad que nos rodea, aún a veces tan solo aportando cuantitativamente y no cualitativamente. Nos llaman a sentirnos llamados aunque ni lo pretendan. 

El motivo de la llamada es recordarle a nuestra protagonista, Ida, que hay que arreglar el tejado de la casa. El tejado que aún viendo desde hace años, en mal estado, no se ha arreglado, no se ha asumido que hay que hacerlo, no se ha querido asumir. Y su madre, viendo que ella no lo asume, toma las riendas del asunto y se lo da todo hecho: Las obras comenzarán en unos días.

Es un comienzo de vuelta a un pasado que se quiso aparcar para siempre como se hace con un coche viejo que se entrega en un concesionario para intercambiarlo por uno nuevo, por un futuro nuevo sin pasado.

Serán unas obras en el tejado, no en los cimientos, no en las paredes, en el tejado. Por donde la lluvia cala y moja por dentro cuando no queremos. El Tejado al que no prestamos atención porque no queremos estar bajo él y entonces si preferimos mojarnos pero decidiéndolo nosotros.

Todo esto es Adiós Fantasmas para empezar.

En esta novela el paisaje es un personaje mas que actúa de espejo del resto de personajes.

Nos situamos en Mesina, una ciudad de la isla de Sicilia cuyo nombre relacionamos con su estrecho. 

El viento y el mar  son uno y marcan carácter y vida. Para la protagonista, Ida, cada noche ambos se hacen visibles en forma de pesadillas como un fantasma que quisieras no ver y a que hayas sido condenado. 

Esa misma naturaleza construye la distancia con la que Ida marca y respira su relación con los que la rodean, por un lado una lejana: marido, madre…. y por otro lado cercana: los que ella siente que comparte pertenencia real, Nikos.

La primera imagen de Ida llegando a la isla es desde el transbordador, un vehículo que une a los habitantes de la isla con el resto del mundo y que permite dejarla atrás como mas tarde sabremos que intentó hacer esta.

Desde ese momento la vuelta al pasado está acompañada por un secreto, por un fantasma que llenó y llena todo de una neblina que no nos deja ver bien que es verdad al 100 % o que es construido por los siempre juguetones recuerdos.

A cada paso Ida parece caminar sola aún estando rodeada de gente.

En cambio es solo cuando mira realmente a su alrededor cuando redescubre su pasado.

Titulado cada capítulo de manera certera y directa nos sitúan para no marearnos en el transbordador que nos lleva a cada inicio del siguiente.

De nuevo, la editorial Asteroide vuelve a dar en el clavo trayendo a esta escritora italiana.

Nadia Terranova (Messina, 1978), doctorada en Filosofía, es una siciliana afincada en Roma, que escribe, traduce, edita, imparte talleres de escritura. Sus obras se dirigen tanto a niños como adultos.

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